Cronometrados
por la partida de un autobús
y la impaciencia de las últimas horas,
se va cobijando la efímera felicidad.
y la impaciencia de las últimas horas,
se va cobijando la efímera felicidad.
los ojos se humedecen y los labios empiezan a balbucear
temblorosamente un adiós involuntario
y atiborrado de deseos inconclusos.
El abreboca monótono del próximo encuentro,
teoría que sabemos de memoria,
no quita el
amargo sabor de ese beso
que sólo
dura, con suerte, un par de minutos.
Aún se siente
cálido el abrazo de buenas noches,
se enamoran
los ojos y se prometen brillar más en la siguiente llegada, que es por supuesto, imprecisa.
Tan imprecisa como la distancia,
anhelando que
pudiese ser medible en pasos y no kilómetros.
que no transite en recuerdos, que repose tangible.
Que los
buenos días soplen cálidos en nuestros oídos al despertar,
que la
premisa de encontrarnos en dos semanas flote en el pasado.
Y es que tú,
Distancia, eres la destrucción de la cercanía.
Eres un
puente roto. Eres tristeza dentro de la felicidad.
Eres el
cansancio de la esperanza.