Mis ojos se han descubierto incluso antes
de que rompa el silencio la perturbadora alarma.
Me veo aún en esa posición horizontal, nauseabunda y repetida,
en la que giran progresivaemte los rencores y malos recuerdos
que siguen en la papelera de reciclaje,
donde se van acumulando horas muertas y vacías.
He logrado que esta mente haga posesión de un galón de pintura blanca,
para cubrir la madeja de desfigurados pensamientos,
y los que aún siguen sin abrir.
Son escurridizos. Intoxican, despintan y enferman.
Me refugio bajo la almohada guardando versos efímeros y tersos,
pero vuelven latentes, redundando y desfilando esas malditas heridas,
que han formado un caudal sobre mi cuello,
desembocándolas violentamente en la garganta,
y sin fortalezas de romperlo, me arrodillan a la sumisión.
De la paz interna sólo quedan migajas,
y las ojeras han pasado de temporales a permanentes.
Es ahora que echo en falta el rocío del amanecer,
que estos ojos abiertos deben despertar,
y que son las tres de la tarde y no he desayunado.
Esos trozos de piezas que siguen faltantes en este marco,
las lágrimas indelebles y cóleras sin fundamento,
se han ramificado en todo el hemisferio izquierdo.
Voy tambaleándome buscando las líneas punteadas
para recortar lo doloroso,
lo que se anida malignamente en mí.
Este encierro de pensamientos que he bloqueado
para no hacerle daño, editando tormentos y perturbaciones
hasta que luzcan como los campos de Marte.
Como aquellos días de los que carecemos,
de las risas que difícilmente saboreamos
y de los intentos fallidos al enamorarnos
entre horas de rutina.
Sí, de este encierro disfrazado de Edén,
al que me he adherido voluntariamente,
pero que hoy renuncio de tan enfermiza sumisión.
Escapo de la pausa de mi ser en la que me colocaste,
de la libertad reprimida de la que no me permitiste escoger.
Es ahora que esta alivianado el aire,
que ese cielo azul, libre, vuelve a ser solo mío.
Que después de inumerables certezas presentadas
con argumentos válidos no enjuiciados,
me presto calma, he vuelto a ser yo.