Angela Velasco García

"Morir, depués de haber sentido todo y no ser nada." Teresa Wilms Montt


Aforismos y axiomas


Cronometrados por la partida de un autobús

y la impaciencia de las últimas horas,

se va cobijando la efímera felicidad.


 Las cuerdas vocales se anudan,

los ojos se humedecen y los labios empiezan a balbucear

temblorosamente un adiós involuntario

y atiborrado de deseos inconclusos.
 

El abreboca monótono del próximo encuentro,

teoría que sabemos de memoria,

no quita el amargo sabor de ese beso

que sólo dura, con suerte, un par de minutos.


Aún se siente cálido el abrazo de buenas noches,
se enamoran los ojos y se prometen brillar más en la siguiente llegada,

que es por supuesto, imprecisa.

Tan imprecisa como la distancia,

anhelando que pudiese ser medible en pasos y no kilómetros.
 
 
El beso de ayer que cayó en mi espalda,

que no transite en recuerdos, que repose tangible.

Que los buenos días soplen cálidos en nuestros oídos al despertar,
que la premisa de encontrarnos en dos semanas flote en el pasado.



Y es que tú, Distancia, eres la destrucción de la cercanía.
Eres un puente roto. Eres tristeza dentro de la felicidad.

Eres el cansancio de la esperanza.

Aquellas ojeras nos recordaban que aún
la noche permanecía bajo los ojos.
La lluvia, danzando, musicalizaba esa madrugada,
mientras aguardábamos bajo techo
a que las pesadas gotas comenzaran a suavizar.

Mirarle, lo que más fácil me resultaba y lo más próximo al amor
Habernos perdido horas irrecuperables,
era la frustración apasionada que nos consumía en dos respiros.
 
Era, una inminente despedida.
Podía sentir como aquella efímera felicidad de tres días
Iba deslizándose al abismo de la distancia.
La respiraba aún, pero su aroma embriagante era lejano ahora,
y fugazmente se evaporaba.
 
Pronunciaba palabras, debo suponer que hermosas,
pero sólo podía notar la unión y desunión de esos labios,
con los que enmarcaba el designio de reencontrarnos en unos pocos soles,
en un par de lunas y una suma de horas sencillas de cuantificar.
 
Él, paulatinamente balbuceaba oraciones de adiós,
yo, inerte, con los brazos enlazados en su cuello,
inútil de pronunciar una palabra,
puesto que la tristeza había hecho un ballestrinque en mi tráquea.
 
Esa despedida duró lo que un taxi recorrer en cinco cuadras,
lo que un crepúsculo a orilla de la playa,
duró, los segundos comprimidos en tres minutos,
duró, la brevedad de un suspiro.

Mis ojos se han descubierto incluso antes
de que rompa el silencio la perturbadora alarma.
Me veo aún en esa posición horizontal, nauseabunda y repetida,
en la que giran progresivaemte los rencores y malos recuerdos
que siguen en la papelera de reciclaje,
donde se van acumulando horas muertas y vacías.

He logrado que esta mente haga posesión de un galón de pintura blanca,
para cubrir la madeja de desfigurados pensamientos,
y los que aún siguen sin abrir.
Son escurridizos. Intoxican, despintan y enferman.

Me refugio bajo la almohada guardando versos efímeros y tersos,
pero vuelven latentes, redundando y desfilando esas malditas heridas,
que han formado un caudal sobre mi cuello,
desembocándolas violentamente en la garganta,
y sin fortalezas de romperlo, me arrodillan a la sumisión.  

De la paz interna sólo quedan migajas,
y las ojeras han pasado de temporales a permanentes.
Es ahora que echo en falta el rocío del amanecer,
que estos ojos abiertos deben despertar,
y que son las tres de la tarde y no he desayunado.

Esos trozos de piezas que siguen faltantes en este marco,
las lágrimas indelebles y cóleras sin fundamento,
se han ramificado en todo el hemisferio izquierdo.

Voy tambaleándome buscando las líneas punteadas
para recortar lo doloroso,
lo que se anida malignamente en mí.

Este encierro de pensamientos que he bloqueado
para no hacerle daño, editando tormentos y perturbaciones
hasta que luzcan como los campos de Marte.

Como aquellos días de los que carecemos,
de las risas que difícilmente saboreamos
y de los intentos fallidos al enamorarnos
entre horas de rutina.

Sí, de este encierro disfrazado de Edén,
al que me he adherido voluntariamente,
pero que hoy renuncio de tan enfermiza sumisión.

Escapo de la pausa de mi ser en la que me colocaste,
de la libertad reprimida de la que no me permitiste escoger.
Es ahora que esta alivianado el aire,
que ese cielo azul, libre, vuelve a ser solo mío.
Que después de inumerables certezas presentadas
con argumentos válidos no enjuiciados,
me presto calma, he vuelto a ser yo.



Detrás de tres tazas de café de este domingo,
hay un alma que sigue en remojo,
sigue en un limbo de silencio.
Sostiene respuestas que sobresalen de sus manos
y van a dar al piso cual estallido de granada.

Yace en pausa y siente inverosímil respirar la realidad.
Es triste pero fotografiada de una forma casi celestial,
hermosa, casi imperceptible para los mortales
que deambulan en esta jungla de concreto.

Esta alma es una capa, un disfraz, ella es huérfana,
han decidido abandonarla hace tanto tiempo,
y aunque sus labios culposos
se han rasgado para demostrar la verdad, esta, ha sido sorda,
es pura, pero ya no creíble.

Y sigue ella en ese silencio de sonidos sincopados,
sigue ella callada y sumisa, sigue ella amando y muriendo,
sigue ella loca, buscando el amor de un muerto,
libre en una jaula de acusaciones profanas,
en ese limbo eterno e imperceptible del que anhela despertar.

Él, ese vibrante amigo,
Él, que no puede perder lo que no ha tenido,
Que no puede tener lo que es libre, me tiene a mí.
Él, espíritu libre y ejemplo de autenticidad,
Él, de impulso viajero y esclavo de la perfección,
Él, ese soldado de guerra que lleva una cayena colgando de sus dedos,
Él, que es grande entre lo pequeño, y pequeño entre lo infinito.

Él, que vislumbra claridad desde su interior hasta los astros,
Él, rostro de paz y deseo. Él, que es caudal de mis lágrimas,
Él, que es intruso en mis amaneceres, en mis crepúsculos,
Así de sublime, tan sublime.

Él, que se sobrecarga de ambiciones ambivalentes,
Él, que da un paso hacia adelante y yo tres hacia atrás,
Hasta verle caer en el escenario donde tengo el poder.
Él, de ojos profundos e inalterables,
Él, que ha cambiado el color de mi sangre,
Él, que es una paradoja de sueños, que es un laberinto exquisito, sin extravío.

Él, que se frustra ante mi poesía y posterga preguntas no contestadas,
Él, es por quien mis maletas de vida se llenan,
Él, es por quien desfilo ciega a través de su esencia,
Él, que es humano me hace más humana,
Él, tal cual Dios, admirable y omnipresente,
Él, a quien mi corazón decidió suicidarse en sus manos,
Ese hombre, es a quien amo.

Eventualmente deambulo,
meditando con las neuronas adormecidas,
a través de esos ojos verdosos,
acentuados por tenues ojeras y leves tonos rojizos,
que entreabiertos; suplican ser besados.

Te alejas de babilonia por esos lentos canales
hasta encontrarnos en las ciénagas de nuestras culturas,
aunadas a la melodía reverberante del tío Bob.

El fondo es casi imperceptible y no importa tocarlo
mientras estemos ebrios de esto,
mientras estemos disléxicos y dónde sólo exista
la tierra prometida, que aunque efímera,
la hayamos innumerables veces.

Pero es posible, si que lo es,
poder palpar el mundo que nos pertenece,
sin el exquisito surrealismo de cuatro y veinte,
podemos, porque esas mismas tablillas que enlazaron
estas bifurcadas vidas, se mantienen inertes y optimistas.
Sí mi amor, sobrevive, nuestro cielo, sobrevive.